La veritable felicitat.
Discurso y palinodia del malvado.
Se retrata la actuación del malvado mientras vive en este
mundo. Su actuación se caracteriza por los siguientes pasos que va dando
sucesivamente: primero, el malvado piensa que la vida acaba con la muerte.
Los malvados llaman a la muerte con señas y palabras, la
tienen por amiga y por ella perecen; con ella hacen pacto, porque merecen ser
su posesión. Dicen entre sí, calculando falsamente: «Corta y triste es nuestra
vida; para el fin del hombre no hay remedio, y no se conoce persona que se
salve del abismo. Porque somos hijos del azar, y tras esto seremos como si no
hubiésemos sido. Porque humo es la respiración de nuestras narices, y el
pensamiento una centella del latido de nuestro corazón. Una vez extinguido, el
cuerpo se torna ceniza, y el espíritu se desvanece como aire sutil. Nuestro
nombre con el tiempo caerá en el olvido; nadie se acordará de nuestras obras.
Como huella de nube pasará nuestra vida; se disipará como niebla perseguida por
los rayos del sol, y por su calor abatida. Pues nuestra vida es el paso de una
sombra, nuestro fin es sin retorno; porque se pone el sello y nadie vuelve.»
En consecuencia, hay que aprovechar todos los goces que
la vida puede ofrecer.
«Gocemos, pues, de los bienes existentes, usemos de la
creación como en la juventud, apresuradamente. Llenémonos de vinos exquisitos y
perfumes, y no dejemos pasar ni una flor de la primavera. Coronémonos de
capullos de rosas antes que se marchiten. Que no faltemos ninguno a nuestra
orgía; por todas partes dejemos señales de nuestro regocijo, pues ésta es
nuestra herencia y nuestra suerte.»
Y un tercer paso: nada ni nadie debe oponerse a ese
disfrute.
«Oprimamos al justo pobre, no perdonemos a la viuda ni
respetemos las añosas canas del anciano. Sea nuestra fuerza la norma de la
justicia, porqué lo débil está visto que es inútil.»
Si el justo se opone con sus reproches a la actuación del
malvado, éste no dudará en hacerlo callar, incluso condenándolo a muerte.
«Acechemos al justo, pues nos fastidia; se opone a
nuestras obras, nos echa en cara las infracciones de la ley y nos acusa de
traicionar nuestra educación. Presume de tener el conocimiento de Dios y se
tiene por hijo del Señor. Es un reproche para nuestros pensamientos, aun el
verlo nos resulta molesto. Porque su vida no se parece en nada a la de los
otros, y son muy distintos sus caminos. Somos para él como escoria, se aparta
de nuestros caminos como si apestasen. Proclama feliz la suerte de los justos,
y se gloría de tener a Dios por padre. Veamos la verdad de sus palabras y
probemos cuál será su fin. Porque si el justo realmente es hijo de Dios, él lo
protegerá y lo librará de las manos de sus adversarios. Probémoslo con ultrajes
y tormentos, veamos su dulzura y pongamos a prueba su paciencia. Condenémoslo a
una muerte infame, pues, según dice, habrá quien vele por él.»
Pues bien, esta forma de ver la vida, propia del malvado,
está equivocada, porque hay un juicio de Dios que coloca al hombre justo en la
inmortalidad y entrega al malvado a la muerte.
Así razonan pero se engañan. Los ciega su maldad. No
conocen los secretos de Dios, no esperan la recompensa de la santidad, ni creen
en el premio de las almas intachables.
El juicio de Dios trastoca los valores que el malvado ha
vivido en su vida, y al mismo tiempo reivindica el valor de la vida del justo,
que vive para siempre y cuya recompensa está en el Señor.
Estarán espantados al rendir cuenta de sus delitos, sus
crímenes se levantarán contra ellos para acusarlos. Entonces el justo estará en
pie con gran seguridad frente a los que lo oprimieron y menospreciaron sus
fatigas. Temblarán con terrible espanto al verlo salvo contra toda esperanza.
Se dirán llenos de remordimientos y gimiendo en el colmo de su angustia: «Este
es aquel de quien nos burlábamos y al que teníamos como objeto de irrisión.
Necios nosotros, que tuvimos su vida por locura y su fin por deshonra. ¡Cómo
fue contado entre los hijos de Dios y participa de la suerte de los santos!
Nosotros perdimos el camino de la verdad, la luz de la justicia no nos alumbró
y el sol no se levantó para nosotros. Anduvimos hasta la saciedad por los
caminos de la injusticia y la perdición, atravesamos desiertos intransitables;
pero el camino del Señor no lo conocimos. ¿De qué nos ha servido el orgullo?
¿De qué las riquezas de que presumíamos? Todo aquello pasó como una sombra y
como un rumor fugitivo. Como nave que corta las aguas ondulantes, de cuyo paso
es imposible encontrar rastro ni sendero de su quilla entre las olas. O como
ave que con su vuelo rasga la brisa, sin dejar vestigio alguno de su paso; que
azota con el batir de sus alas el aire ligero y lo corta con ímpetu veloz,
abriéndose camino con sus raudas alas, y tras esto ni rastro queda de su paso.
O como, tras una flecha lanzada hacia el blanco, el aire por ella hendido
vuelve al instante a juntarse, hasta no poder ya conocerse su camino. Así
nosotros, apenas nacidos, ya morimos sin dejar una huella de virtud y
consumidos en el vicio.»
Pues la esperanza del malvado es como brizna que arrebata
el viento, como niebla ligera en poder del huracán, como el humo disipado por
el viento, como el recuerdo del huésped de un día. Los justos viven para
siempre y su recompensa está en el Señor; de ellos cuida el altísimo.
Sabiduría 1, 16 - 2, 22 y 4, 20 - 5, 15.